Habitar
- homoigni
- 30 ene 2024
- 3 Min. de lectura

En el espacio hay siempre un potencial aparecer y desaparecer de los elementos. Habitar es enseñorearse del vacío, hacerlo desaparecer, apareciendo como elemento actualizador. La nada delimitada por una frontera se suplanta por el algo. Habitar es ser algo.
En la habitación, contigua a ésta, se oye el silencio. Cruzo el umbral de la puerta y se transforma la relación de mi cuerpo con el espacio. La contigüidad deviene inmediatez, de un momento a otro: lo que era lejano ya es cercano. Pero, la cercanía del espacio no es acumulativa, sino que excluyente. Se está más cerca siempre que se está más lejos; es relativo, incluso en marcos absolutos de espacio.
En el nuevo espacio no hay diván. La morfología del esqueleto se acopla a otra horizontalidad. La cabeza reposa sobre la almohada, muy blanda para resistir el peso de los ideales eléctricos. Bajo el agua, se habita desplazando líquido desbordante. Aquí, nada desborda, todo se estabiliza y cae como el polvo sobre las superficies. El espacio seco no sabe de mi presencia como la conoce el espacio mojado. Es sutil, somero y hasta frágil; me engloba pero no me abraza.
En la medianía de los muros está el espacio. Sin ellos, éste no aparece, pues es llamado a la vida sólo junto con el límite. Basta una referencia, que delimite un adentro y afuera, un aquí y allá, para que nazca el espacio. El lago, el tronco y el tabique son lo limitante y, consecuentemente, lo que posibilita el espacio. Newton pensó el espacio absoluto mediante coordenadas co-ordenadas a lo tangible. Pero nada se co-ordena, sólo se ordena. El espacio estable no existe. Totus est relativus.
En este cuarto hay un aroma conocido. Difícilmente seré yo mismo la fuente y el destino, pues a base de la costumbre me he auto-fatigado las narinas. Es algo más, que habita, junto conmigo, el espacio, que por ahora llamo mío. Sí, mi cuarto. Y en él algún elemento aromático. En cuartos que no son los míos no percibo aromas conocidos, sólo desconocidos. La familiaridad de un espacio nos la da el olfato, antes que la vista -quizás luego siga el tacto.
En el momento de virar descubro novedad en la luz que se estrella violentamente con la persiana. Abro y dejo entrar nueva novedad. El espacio cambia en instantes; tal como el legendario río del filósofo, nunca es el mismo; y yo tampoco porque habitar es fluir. Se habita al dormir y en la vigilia, soñando, vivo y muerto. Habitante es quién convierte un espacio en su habitación, quien se sumerge en el límite y se deja impactar empíricamente por la geometría: un muro (y su ausencia) produce siempre movimientos psicológicos. Seguridad y claustrofobia que proveen los ladrillos, es la habitación. Leo y tomo un sorbo de agua en un lugar desconocido, tal como lo haría en mi cuarto, pero qué lejanía detona la añoranza cuando se toma y lee fuera de un espacio que huele a lo conocido. Refugia pero no cobija.
En la sombra se está a salvo del sol. Entre sábanas blancas reposa la carne y la mente, sólo para poder luego salir. Se habita para deshabitar luego, esperando siempre el retorno. Irse por siempre es desapego de ciertos espacios, pero no de todos. Hay espacios que se llevan tatuados en la piel y otros que marcan el alma. Más, cuando se abandona el límite y la cabeza es custodiada por la bóveda celeste, el habitante se encuentra a sí mismo pacíficamente expuesto: cubierto al descubierto. Ha visto meterse el fuego que incendia las nubes, dando paso a la Vía Láctea. Habitamos también los no-espacios. El mundo, pequeño, deviene infinito cuando se habita, y todo espacio, limitado o ilimitado, se eterniza cuando nos posamos sobre, dentro, en él. Cualquier espacio depende de su límite, mientras que habitar no depende del espacio, lo trasciende. Bajo techo o a cielo abierto, es posible montar el instante. Habitar no es cuestión de espacio, es cuestión de tiempo. Se habita, no con el cuerpo, sino con el espíritu.




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