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Me identifico como un Prius

  • homoigni
  • 20 dic 2022
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 4 feb 2023

Hablamos para entendernos. Externalizar lo que yace dentro, ese es el propósito del habla, por eso se dice que es el medio de las ideas. La variedad de ideas no requiere de una variedad de lenguas. ¿Qué es un mundo en el que cada quien tiene sus ideas y nadie más le puede entender?

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Recientemente me topé con un vehículo en un estacionamiento que portaba una etiqueta sobre la ventana trasera que decía, “Yo me identifico como un Prius”. Lo sorprendente es que el vehículo que “comunicaba” el mensaje era una Chevrolet Suburban. Para aquellos que no saben mucho sobre autos, el Prius es un auto híbrido de mediano tamaño fabricado por Toyota, mientras que la Suburban es una camioneta SUV tamaño familiar. No es exagerado decir que son opuestos en todas las formas posibles, desde luego, conservando la relación obvia. Es decir, son similares por el hecho de ser ambos automóviles y por tener los atributos, las partes y las funciones correspondientes, pero son diferentes en casi todo lo demás. Dicho lo anterior, había razón suficiente para mi sorpresa al leer aquella etiqueta. De primera vista, me pareció un chiste divertido, pero un poco de reflexión posterior me reveló algo interesante.


Primero que nada, la etiqueta la colocó el dueño del auto a través de un acto -digamos- consciente e independiente de las intenciones o conocimientos del fabricante. Además, el uso particular que se le quiera dar a la etiqueta no está forzado en ningún sentido. La misma etiqueta se podría usar por cualquiera en su propio auto, sea éste de cualquier tipo, sin el requerimiento de que sea efectivamente un Prius. Incluso, la etiqueta podría colocarse sobre un refrigerador, un bote o una jarra, dependiendo de la elección del dueño de la etiqueta y de la cosa etiquetada. El punto es que no hay un vínculo necesario entre lo que dice la etiqueta y el objeto que la porta.


Autoidentificarse


Ampliando la reflexión, podemos voltear a lo que dice la frase escrita en la etiqueta: Yo me identifico como: _____. Lo que hace el locutor -quienquiera que sea- es transicionar desde la perspectiva personal al ámbito de entendimiento común. Se trata, fundamentalmente, de un tipo de identificación. Desde luego, siendo una auto identificación, este acto es un acto subjetivo, pero cuando se usa un concepto objetivo como referencia, en principio, se podría juzgar como verdadero o falso. En otras palabras, cuando alguien dice “Yo me identifico como algo”, es posible decir si existe una relación de hecho como la que la frase describe. Debido a que la intención es comunicar algo, el concepto de referencia, con su nombre particular, pretende ser algo objetivo. Si un Prius pudiera hablar, sería libre en decir cualquiera de las siguientes tres oraciones: Yo me identifico como una Suburban, Yo me identifico como un Shelby, o Yo me identifico como un Prius. Podemos, sin mayor esfuerzo, reconocer solamente en la tercera un vínculo válido entre el nombre y la cosa. Nótese que el acto de validación de una oración de autoidentificación es objetivo, y en ningún momento se consideran las creencias del sujeto en cuestión. La autoidentificación del Prius es correcta si corresponde con el concepto usado como referencia. En el caso de la última de las tres oraciones, ambas acepciones son “Prius”. Una autoidentificación es equivalente a una identificación en el sentido de que ambas se validan objetivamente.


Identificar en conjunto

Olvidemos ahora las cuestiones abstractas para considerar el siguiente caso hipotético. Supongamos que el dueño del vehículo que porta la etiqueta quiere venderlo por internet. Sobre todas las alternativas que puede escoger para el título de su publicación, existen dos que parecen más llamativas. Puede escoger publicarlo con el nombre de Prius, de acuerdo con lo que dice la etiqueta, o con el de Suburban, de acuerdo con lo que dice el fabricante, las características físicas, los expertos y el público en general. Por razones desconocidas, el dueño decide publicar su vehículo con el título, “Prius a la venta”. Al poco tiempo, un comprador se interesa por el anuncio, ya que busca un vehículo en el que puedan caber siete personas, vaya en campo traviesa, y lleve carga pesada en la cajuela. Tras ver las fotografías del anuncio y descartar el título con la certeza de que se trata de un error, decide hacer una oferta y escribir al vendedor el siguiente mensaje: “Estimado amigo, estoy interesado en su Suburban. Tengo una familia numerosa, salgo frecuentemente en expediciones al campo y transporto mucha herramienta pesada a menudo. Soy también un fanático del Diesel y de los modelos Suburban desde hace años. Siempre quise una. Es el momento para que pruebe este modelo en particular, que tiene todo lo que busco”. La oferta es generosa y el dueño del vehículo atiende rápidamente, contestando: “Estimado señor, le agradezco mucho su interés, pero el vehículo en cuestión no es una Suburban, como podrá usted ver en el título de la publicación. Lo que vendo es un Toyota Prius. Para que no haya dudas, le envío anexa una fotografía de una etiqueta que tiene pegada actualmente el vehículo, que lo identifica correctamente como un Prius. Estoy seguro de que cuando usted vea la imagen, cualquier malentendido podrá saldarse. Aprovecho la oportunidad para informarle que el Prius es un vehículo muy atractivo, pues es híbrido, compacto y, por ser Toyota, es fácil que se encuentren refacciones. Le aseguro que le gustará. Que tenga usted un buen día”. El comprador potencial se sorprende enormemente y, después de varios intercambios por correo con el vendedor, decide recurrir a otros vendedores que identifiquen adecuadamente sus productos.



No hay un vínculo necesario entre lo que dice la etiqueta y el objeto que la porta.


Se puede notar aquí que identificar no es lo mismo que nombrar. El caso presentado arriba es uno de identificación incorrecta, mientras que un caso de nombramiento incorrecto sería uno en el que un vendedor y un comprador llaman de diferente manera a un objeto, del cual ambos reconocen las mismas características. Esta diferencia se resuelve fácilmente, encontrando una coincidencia en las descripciones del objeto por ambas partes y que los nombres utilizados son en realidad sinónimos, algo que ocurre a menudo, por ejemplo, cuando dos personas hablan diferentes idiomas o dialectos. La identificación incorrecta no es un nombramiento incorrecto, porque, si bien hay una diferencia de términos, también hay una diferencia de las características reconocidas del objeto, es decir, de sus concepciones. Identificar es la asignación de una concepción a un objeto, para luego asignarle un nombre en un lenguaje. Una Suburban que se identifica a sí misma como un Prius, se concibe como un auto híbrido y, en consecuencia, se nombra a sí misma como tal.


Lo que al principio nos parecía un chiste, probó ser un profundo problema filosófico y práctico, como hemos mostrado brevemente. Vimos que cuando se presenta una proposición del tipo, “Yo me identifico como algo”, ésta se puede juzgar objetivamente. La clave para poder hacerlo está en entender claramente lo que significa el concepto de referencia -el algo. Una Suburban es una Suburban, sin importar cómo la llame su dueño. Nombrar a algo de una manera no modifica mágicamente ese algo. El nombre “Suburban”, que hace referencia a una muy particular SUV tamaño familiar, es usado correctamente si se asigna a un objeto que es de hecho lo que el nombre dice que es. Por supuesto, los nombres pueden cambiar, pero tienen que hacerlo de acuerdo con el concepto al que se refieren. Hay nombres ya establecidos para ciertos conceptos y objetos, los cuales desempeñan una función adecuadamente, permitiéndonos comunicarnos. En el ejemplo, la etiqueta está nombrando e identificando incorrectamente algo que ya tiene un nombre que identifica correctamente. El nombre Prius, asignado arbitrariamente, no corresponde con el nombre correcto del objeto, que es Suburban. La importancia de la correspondencia entre nombre y concepto es alta porque lo que está en juego no es un mero intercambio de términos, como en un nombramiento incorrecto, sino la adopción de una arbitraria concepción de un objeto. Si cada uno de nosotros empieza a llamar y, peor aún, a identificar las cosas de la manera que le parezca, sufriremos la consecuencia de no ser capaces de entendernos los unos a los otros, no por nuestro lenguaje, sino por nuestras concepciones incompatibles.

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